martes, 2 de diciembre de 2008

Habitación de Hotel


Al amanecer, un estacionamiento es la posada adecuada del preludio de una historia. En Caracas hay muchos hoteles de paso, “mataderos” le llaman, como si se tratara de un asunto de asesinos. Afortunadamente, implementan dicho término, porque en esos lugares se enviste una jornada sexual, en la que literalmente, se matan las ganas de estar con alguien. Debo confesar que no son mis espacios favoritos. No hay nada más ajeno a uno, que el jaboncito patético colocado en una ducha, unos minutos antes de envestir la faena.

Recuerdo la primera vez que fui a un hotel, “Hotel del Sur” se llamaba. Yo era una criatura, casi llegaba a la mayoría de edad, lo que más recuerdo de aquel día es que después, Paul y yo fuimos a comer helado de fresas. Rememoro aquel día con religioso detalle, pero no es el tema que atañe este relato.

Entonces, aquel foráneo recinto de espejos se convierte en algo único; aunque la situación haya sido repetida en diversas ocasiones. En lo personal, se vuelve una travesura, como si se tratara siempre de una pilatuna adolescente. Todo empieza en el lobby, como si evocara los 17, una risa nerviosa combinada a una mirada pícara entre los amantes es la mejor compañía, una antesala apropiada para el futuro encuentro.

Abordar la recepción, preguntar un precio, solicitar agua y condones, establecer esa complicidad estúpida con el o la recepcionista, y uno con su cara de culpable, egoísta de felicidad, tendiendo la mano para alcanzar la llave, de un número que en pocas ocasiones recordarás.

Normalmente, prefiero que me tomen de la mano a través de los pasillos, cual Alicia en el país de las maravillas, esperando hallar el número solicitado. Me gusta reírme, sentirme niña, establecer una infantil vergüenza, porqué sé que al girar la llave, el aposento se convierte en el tablado perfecto para ser mujer. Los episodios que en cada habitación se viven son tan distintos como las pieles que los protagonizan, un poco Amelié, me pregunto cuántos orgasmos podrían contarse, sucesivamente, en un pasillo de hotel. Prefiero sentir los míos, porque eso si, no hay nada más grotesco (para mí) que abordar uno de esos albergues nocturnos, sin la plena intención de alojar en esas cuatro paredes el recuerdo, la estela, el suspiro, de una noche de amor.

5 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Aquí se llaman moteles y son algo más discretos.

Saludos.

TORO SALVAJE dijo...

Meublés quise decir, no moteles.

TORO SALVAJE dijo...

Desde tapar la matrícula del coche en el parking, hasta que jamás te miran los empleados a la cara.

Todo es discreto.

Saludos.

Caro Clack dijo...

Eso es otro universo, no te quiero contar como es cuando te toca ir a pie, jaja.

David Cotos dijo...

extraño los mataderos je je.